Alguna
vez hemos sentido miedo en nuestra vida, forma parte de la gama de
emociones humanas y como cada una de ellas, existe por una razón
importante. Se considera que el miedo es un mecanismo de defensa que
actúa como una señal de alarma capaz de desencadenar
instantáneamente una serie de cambios fisiológicos que sirven como
preparación del organismo ante el peligro, lo que permite
protegernos, actuar y adaptarnos a situaciones desafiantes.
Desde
muy temprana edad, se activa este importante sistema de seguridad,
los bebés alrededor de los seis meses empiezan a sentir miedo de las
personas desconocidas. Un poco más tarde lo experimentarán también
ante la separación o al abandono, frente a los animales, a la
oscuridad, a los monstruos o fantasmas.
“Algunos
de estos miedos son saludables porque brindan la oportunidad de
aprender a enfrentar situaciones difíciles y estresantes, con las
que las personas ineludiblemente se toparán a lo largo su
desarrollo.” (Méndez, 2000 en Reyes y Reidl, 2010).
Cabe
resaltar que mientras el miedo sea transitorio e impulse al niño a
actuar, será un estímulo adaptativo propio del desarrollo; pero si,
por el contrario genera angustia intensa, ansiedad o temor constante
que anula la capacidad de control y respuesta ante el riesgo, puede
tratarse de una situación que requiere atención.
Eva Brenes
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